jueves, 7 de julio de 2011
CUMPLEAÑOS MES DE JULIO
EL PRESIDENTE Y LA JUNTA DIRECTIVA DE LA SECCIONAL ANTIOQUIA LES RECUERDA LA CELEBRACIÓN DE LOS CUMPLEAÑOS EL PRÓXIMO 29 DE JULIO A PARTIR DE LAS 4:00 P.M. EN NUESTRA SEDE. ESTÁN TODOS CORDIALMENTE INVITADOS.
CONDECORACIÓN FE EN LA CAUSA
EL PASADO 20 DE MAYO DE 2011 EN EL AUDITORIO DE LA CUARTA BRIGADA FUERON CONDECORADOS POR COMANDO EJERCITO BRIGADIER GENERAL EDUARDO FRANCO ALONSO Y EL MAYOR GENERAL FRANCISCO RENE PEDRAZA PELÁEZ
jueves, 16 de junio de 2011
UN EDITORIAL MUY ACERTADO
Un editorial muy acertado que refleja la situación del país en materia de Seguridad y la crítica situación por la que atraviesan las FF.MM, como su consecuencia.
Saludes
Mario
EL COLOMBIANO | Medellín | Publicado el 15 de junio de 2011
Los atentados terroristas perpetrados ayer por las Farc en el Caquetá, donde murieron tres personas, y los sostenidos hostigamientos contra la Fuerza Pública y la población civil en Cauca y Nariño, hacen evidente que hay un rebrote del accionar violento de la guerrilla y un aumento en la percepción de inseguridad en varios sitios del país.
El deterioro del orden público en zonas estratégicas y corredores de movilidad para la guerrilla, las bacrim y los narcotraficantes, hace necesario que la nueva Política de Seguridad Ciudadana presentada hace dos semanas por el Gobierno comience a dar resultados concretos en la lucha contra el terrorismo, antes de que el país vuelva a sentir, como parece ha comenzado a ser cierto, que hemos retrocedido en materia de Seguridad Democrática.
Los hechos violentos que corroboran que hay un acentuado incremento en las acciones guerrilleras desde 2010, en cerca de un 30 por ciento con respecto de 2009, se hacen más preocupantes cuando se logra constatar que las operaciones ofensivas de la Fuerza Pública, por el contrario, vienen disminuyendo, tal como lo confirman las estadísticas de la Fundación Defensa y Seguridad, que dirige el profesor Alfredo Rangel.
Es notoria la desmoralización de las tropas y el envalentonamiento de los grupos ilegales ante decisiones tan controvertidas como las tomadas por la Corte Suprema de Justicia, en relación con la legalidad de las pruebas halladas en los computadores de alias Raúl Reyes, y del Consejo de Estado, que condenó a la Nación por los hechos de la toma guerrillera de las Farc a la base militar de Las Delicias, en Putumayo, en 1996.
Un desaliento militar que podría agudizarse después de conocerse que el testigo clave en el proceso contra el Coronel (r) Alfonso Plazas Vega fue suplantado, y falsificada su firma dentro de la investigación por los hechos del Palacio de Justicia, y que tienen al alto oficial pagando una condena de 30 años, una situación similar a la que afronta el General Jesús Armando Arias Cabrales.
El Gobierno, la Justicia y la sociedad tienen que recuperar su liderazgo y devolverle a nuestra Fuerza Pública la confianza y la motivación necesarias para enfrentar sin apaciguamientos este nuevo desafío terrorista de los grupos armados ilegales.
El esquema de acudir a la violencia como demostración de poder, por un lado, y hablar de posibilidades de un diálogo, por el otro, como lo hacen las Farc, está caduco, pero no por eso hay que bajar la guardia, pues la capacidad de hacer daño por la vía del terrorismo es latente.
Los recientes ataques de la guerrilla a la infraestructura eléctrica, los retenes, los secuestros y las extorsiones a empresarios y ganaderos en varias regiones del país, no hacen parte de la percepción ciudadana, sino de una realidad que hay que enfrentar con decisión y firmeza, máxime cuando las Farc van a buscar influir en los comicios regionales de octubre. No hay otra elección.
Saludes
Mario
EL COLOMBIANO | Medellín | Publicado el 15 de junio de 2011
Los atentados terroristas perpetrados ayer por las Farc en el Caquetá, donde murieron tres personas, y los sostenidos hostigamientos contra la Fuerza Pública y la población civil en Cauca y Nariño, hacen evidente que hay un rebrote del accionar violento de la guerrilla y un aumento en la percepción de inseguridad en varios sitios del país.
El deterioro del orden público en zonas estratégicas y corredores de movilidad para la guerrilla, las bacrim y los narcotraficantes, hace necesario que la nueva Política de Seguridad Ciudadana presentada hace dos semanas por el Gobierno comience a dar resultados concretos en la lucha contra el terrorismo, antes de que el país vuelva a sentir, como parece ha comenzado a ser cierto, que hemos retrocedido en materia de Seguridad Democrática.
Los hechos violentos que corroboran que hay un acentuado incremento en las acciones guerrilleras desde 2010, en cerca de un 30 por ciento con respecto de 2009, se hacen más preocupantes cuando se logra constatar que las operaciones ofensivas de la Fuerza Pública, por el contrario, vienen disminuyendo, tal como lo confirman las estadísticas de la Fundación Defensa y Seguridad, que dirige el profesor Alfredo Rangel.
Es notoria la desmoralización de las tropas y el envalentonamiento de los grupos ilegales ante decisiones tan controvertidas como las tomadas por la Corte Suprema de Justicia, en relación con la legalidad de las pruebas halladas en los computadores de alias Raúl Reyes, y del Consejo de Estado, que condenó a la Nación por los hechos de la toma guerrillera de las Farc a la base militar de Las Delicias, en Putumayo, en 1996.
Un desaliento militar que podría agudizarse después de conocerse que el testigo clave en el proceso contra el Coronel (r) Alfonso Plazas Vega fue suplantado, y falsificada su firma dentro de la investigación por los hechos del Palacio de Justicia, y que tienen al alto oficial pagando una condena de 30 años, una situación similar a la que afronta el General Jesús Armando Arias Cabrales.
El Gobierno, la Justicia y la sociedad tienen que recuperar su liderazgo y devolverle a nuestra Fuerza Pública la confianza y la motivación necesarias para enfrentar sin apaciguamientos este nuevo desafío terrorista de los grupos armados ilegales.
El esquema de acudir a la violencia como demostración de poder, por un lado, y hablar de posibilidades de un diálogo, por el otro, como lo hacen las Farc, está caduco, pero no por eso hay que bajar la guardia, pues la capacidad de hacer daño por la vía del terrorismo es latente.
Los recientes ataques de la guerrilla a la infraestructura eléctrica, los retenes, los secuestros y las extorsiones a empresarios y ganaderos en varias regiones del país, no hacen parte de la percepción ciudadana, sino de una realidad que hay que enfrentar con decisión y firmeza, máxime cuando las Farc van a buscar influir en los comicios regionales de octubre. No hay otra elección.
jueves, 9 de junio de 2011
Banquetes Casa blanca Real
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LA REAL SITUACIÓN DE LAS DELICIAS
AMIGOS ACORADOS:
Como a los asistentes a la tertulia del viernes pasado les agradó la narración de los hechos acontecidos en el Combate de las Delicias, prometí enviar, por este medio una crónica relativa a los hechos.
El tema se ha puesto de moda con motivo del polémico fallo de las cortes donde se condena al estado para reparar a los afectados por el combate.
Espero sea de su agrado y les ilustre a fondo sobre los sucedido. Por supuesto, desde el punto de vista aeronáutico militar.
Adjunto, lo anunciado.
Cordialmente:
Coronel Iván González.
ENTORNO Y EVENTOS QUE HICIERON PARTE DEL COMBATE DE LAS DELICIAS
Oigan lo que aconteció,
y aunque es suceso que admira,
no piensen, no, que es mentira,
que lo cuenta quien lo vio.
(José Manuel Marroquín)
INTRODUCCION.
La siguiente es la secuencia de circunstancias y sucesos que llevaron al desastre de Las Delicias. Situación en la cual fuimos conducidos por la confluencia de factores sociales, políticos y militares, en forma tal que llegó a ser imposible que la derrota militar se hubiese podido prevenir de manera razonable y evitar por ser las consecuencia de causas insuperables.
Lo que contaremos es para dejar evidencia de los hechos y para enaltecer a quienes dieron su vida en tan fatídico combate, a los que sufrieron heridas, los que padecieron un largo secuestro y a todos cuantos colaboraron con su máximo empeño, haciendo lo mejor que podían en ese critico momento.
Solo nos limitaremos a narrar con apego a la verdad y a hacer nuestras apreciaciones de lo que vivimos.
LOS ANTECEDENTES DEL FENÓMENO DELINCUENCIAL.
El único intento real, efectivo y decidido, contra el delito del narcotráfico se había dado solo durante el gobierno del presidente Turbay, a comienzos de los años 80 en la costa norte contra los famosos marimberos. La mariguana era cultivada en las estribaciones de la Sierra Nevada y exportada a los Estados Unidos por medio de un puente aéreo armado con aviones sacados de los cementerios en Norteamérica. Es acción tuvo resultados satisfactorios pero mientras esto sucedía el narcotráfico de la coca tomó fuerza en el centro del país.
Durante toda la década de los años 80 la sociedad colombiana y las autoridades nacionales, habían sido débiles para afrontar la delincuencia alimentada por la poderosa industria del narcotráfico. Este delito se había arraigado en dos lugares específicos del sector amazónico de la nación, la región del Guaviare y la región del Caquetá. Y los dos actores que lo impulsaban eran las mafias narcotraficantes de Cali y Medellín. Las mismas que habían permeado los campos políticos, económicos y sociales.
Este fenómeno era evidente para todos, en especial para nosotros, los pilotos militares, que sobrevolamos esas áreas observando los grandes tumbados de selva donde cada día surgían cultivos de coca. Sin embargo aunque se pedía combatir la mariguana, nos extrañaba sobremanera como el gobierno nacional era complaciente con el fenómeno de la cocaína. Combatía la mala yerba en la costa Caribe y no daba los recursos necesarios para combatir los grandes cultivos de la cocaína en el Amazonas. Al tiempo que no expedía las leyes necesarias. Aunque en sus declaraciones públicas eran en contra del fenómeno y sobre la necesidad de combatirlo, eso era lo que se decía más no lo que se hacía.
Cuando finalmente el gobierno nacional se percató de que era necesario confrontar el narcotráfico de la cocaína, especialmente presionado por los Estados Unidos quien estaba muy interesado en combatirla, se decidió por crear un cuerpo especial contra el narcotráfico dentro de la Policía Nacional. Esa unidad fue quien destruyó los famosos laboratorios de Tranquila en el área del Caquetá, especialmente en la región del río Yarí. Estos laboratorios refinaban la pasta de coca traída de Bolivia, Perú y Ecuador. Sin embargo, ya se estaba cultivando la planta en las fronteras de la selva Amazónica.
Desde el aire nos era muy evidente la gran cantidad de círculos de foresta derribada para sembrar. Y aunque esto se comentaba en el ámbito militar, especialmente en el de la Fuerza Aérea, no se notaba ningún interés por hacer algo ya que tampoco el gobierno del nivel nacional, no mostraba ningún interés real de combate. Y mientras no exista el interés político y éste no sea un objetivo de social, una fuerza militar está totalmente impedida para actuar por su libre albedrío, si es que es una fuerza con pleno sentido democrático.
Cuando finalmente, para finales de la década del 80 y comienzos de los 90, el combate al narcotráfico se convirtió en un objetivo nacional ya el fenómeno había crecido exageradamente y había comenzado a alimentar a los grupos insurgentes. Estos encontraron un gran tesoro para cubrir sus necesidades económicas proveyéndose de los dineros necesarios para adquirir gran cantidad de armamento y logística. Llegaron, incluso, a pasar, en estas regiones, de la fase de insurgencia clandestina al de la conformación de tropas con posibilidad de ejecutaban operaciones de guerra regular. Les faltaba el adoctrinamiento necesario pero lo adquirían rápidamente.
EL GRUPO AÉREO DEL SUR O BASEA AÉREA DE TRES ESQUINAS.
Para cuando fuimos asignados al comando militarmente del Grupo Aéreo del Sur, GASUR llamada, genéricamente, Base de Tres Esquinas, por su ubicación en la de confluencia de los ríos Caquetá y Orteguaza), en la mitad de la década del 90, la situación en esa región era bastante crítica en cuanto a la seguridad de la misma base, además de la poca posibilidad de dominio y control territorial y social.
La unidad fue conformada desde los tiempos del conflicto con el Perú, en un plan de recuperación posbélico, más para propósitos de desarrollo fronterizo y presencia nacional, por medio de apoyo a programas de colonización, que propiamente como una base de combate, dotada con medios para afrontar al crecido enemigo insurgente. El que aparecería muchos años después, debido al narcotráfico y que se fortaleció poderosamente en toda la región.
Los comandantes eran nombrados por períodos de dos años, ya que esta unidad se consideraba, por su aislamiento, lejanía, muy pobre infraestructura militar y logística, como una unidad de castigo. No era una política ni doctrina oficial de la FAC, y por tanto no explícita, más si era vivencial y real. A ella se enviaba a los miembros de la Fuerza Aérea considerados poco competentes, negligentes, remisos para el servicio o, más bien, indisciplinados. Ese pensamiento se había convertido en la doctrina corriente que predominaba en la mentalidad colectiva de la Fuerza Aérea. Con los años, terminó siendo la justificación de un prolongado y continuo relegamiento en los planes de desarrollo institucional. Por ello no se mejoraba su infraestructura y ni era abastecida adecuadamente.
La vida en ella era austera y con bastantes limitaciones en todos los sentidos, junto con los cortos períodos de comando, que hacían imposible ejecutar proyectos de largo plazo. La máxima aspiración de quienes eran asignados al lugar, era poder terminar, a salvo y sin mayores traumas personales y profesionales, su tiempo de destierro, para salir luego reasignados a otras guarniciones del país más benévolas y con menores restricciones.
Por esas circunstancias el nombramiento de un comandante era visto por compañeros, superiores y subalternos, como una degradación profesional y una descalificación personal. Era casi que exponerlo a pedir el retiro del servicio y truncar su carrera militar. Evidencia de ello fue el que, en años anteriores, ya se había dado una insubordinación de toda una compañía de tropa, por las pobres circunstancias y el descuidado modo de vida en que se le mantenía. Rebelión que no fue instigada por ningún mando sino que surgió espontáneamente desde la misma tropa, exasperada por las primitivas condiciones de supervivencia.
LA PROCEDENCIA.
Nos desempeñábamos en el famoso Departamento de Operaciones del encumbrado Estado Mayor Conjunto de las Fuerzas Militares, un cargo militar del nivel central. Asignación que nos honraba sobre manera. Pero no estaba cómodo y nos era, más bien, una mortificación. Pudimos darnos cuenta que, el comentario burlón de pasillos, sobre el famosos “Deposito de Coroneles”, no era un invento ligero de jocosas conversaciones durante las desinhibidas charlas de la oficialidad durante los ratos de ocio en los casinos, sino que era una realidad contundente.
La burocracia militar nos causaba rasquiña y el ver a tanto oficial de alto grado matando el tiempo en tareas superfluas, con muy poca capacidad analítica, que aunque conociendo la realidad nacional, la ignoraban con premeditación por conveniencia. No podían arriesgarse a ser removidos de tan cómodos cargos. Y pasando sin trascendencia ni idoneidad para ocupar y actuar con éxito en tan decisorios cargos.
Solo se interesaban en la limpieza y el orden del recién activado Centro de Operaciones Conjuntas COC. O el descuido en el empleo de la información, que no se usaba para toma de decisiones importantes, sino a manera de simples y morbosos chismes y búsqueda de culpables en rangos inferiores por motivos operacionales.
Lo regular era tener disponible toda la teoría para descalificar a otros y nunca para una autovaloración de lo que al nivel central se hacía y cuyos revese, en gran parte, se debían corregir desde arriba hacia abajo y nunca al contrario. Para eso era que servía la autoridad, no en forma positiva sino casi que retrograda. Al menos en la parte ideológica, la que es la de su competencia por ser su responsabilidad el nivel estratégico y mucho menos lo táctico. No era claro el cómo cambiar esa preconcepción, infortunadamente, arraigada por una tradición y falta de evolución.
No se podía intentar nada diferente porque eso era violentar anticuados y dogmas, que ya eran demostraban poca aplicación. Como durante generaciones anteriores habían tenido algún éxito, predominaba el criterio de mejor malo conocido que bueno por conocer, sin importar que la razón indicase la necesidad de innovar. Eso era riesgoso y hasta temeroso, por la infalible guillotina profesional de ser decapitado si el invento no habría funcionado a plena satisfacción de un superior terriblemente severo y dispuesto a evaluar más por capricho que por justicia. De esa forma la modernización era extremadamente lenta ya que no dependía de la instantánea fuerza argumental sino del lento relevo generacional.
Las culpas de lo que no salía bien, a nivel Brigadas o Batallones, siempre eran debidas a la falta de idoneidad en los subalternos, donde bastantes salían muertos o heridos, en combates fallidos. Y nunca debidos a los errores por las decisiones que allí se dejaban de tomar o las que se tomaban en forma inadecuada. Precedía mucho el concepto de la perpetua infalibilidad. Sus pensamientos se reducían a análisis de asuntos casi que meramente táctico y muy lejos de los conceptos macro estratégico, ya fuesen del campo interno nacional y mucho más del internacional, como debían ser sus objetivos y las proyecciones de su visión.
En varias oportunidades tratamos de hacer evidencia de la situación pero esos sanos intentos chocaron con agresivos rechazos. Con explosiva y enojosa soberbia cerraban toda posibilidad de adelantar cualquier clase de autovaloración. Después supe que algunos de los compañeros de trabajo habían abogado para que se nos asignara a una región alejada, peligrosa, de las clasificadas de orden público y donde se pasaran incomodidades. Se libraban de alguien imprudente y poco reverente que, con sus puntos de vista, les hacía pasar incomodidades y lo inconveniente que les resultaban mis apreciaciones.
LAS MALAS COSTUMBRES
En el momento no lo supe. Luego descubrí que con sus veladas influencias, supuestamente para degradarnos a manera de castigo, al contrario, nos habían hecho un gran bien. Con sus influencias habían ayudado a salir de la leonera que tanto nos mortificaba y en donde tan incómodo nos sentíamos, para mandarnos a la ratonera. Allí podía aplicar las ideas e iniciativas reprimidas que nos exprimían sobre manera. Era una oportunidad de ocasión para gozar de la libertad y la autonomía que anhelaba para actuar bajo nuestras maduradas y arraigadas convicciones. Excepto por una ligera inquietud sobre las incomodidades que se podían causar a la familia, que tampoco eran muchas, de resto nos sentíamos más que agradados con el traslado y la nueva designación en el cargo a una unidad militar con grandes retos por lograr.
Veíamos con naturalidad, las picaronas burlas que se hacían en los corrillos y las sarcásticas conversaciones relacionadas con nuestro nombramiento. No ignorábamos los comentarios de doble sentido e ironía que suscitaba nuestra designación. Incluso hasta un oficial de una misión extranjera, quien pidió a mis superiores se nos ordenase una entrevista, con él para hacernos una velada valoración, debido a que tendríamos que trabajar coordinadamente, se atrevió a hacer una burlona pregunta sobre con lo que él pensó eran gran preocupación y presuntos miedos por el traslado a tan difícil guarnición. Pero preferimos mil veces ser cabeza de un ratón con deseos de enfrentar un felino, que no una simple cola de león espantando moscas.
Vimos en la asignación una oportunidad y una fortaleza en lugar de una amenaza o una debilidad. Situación que luego aprovechamos para sacar ventajas de ocasión, como así aconteció, pero es tema de otra historia.
LOS INTERESES POLÍTICOS Y DIPLOMÁTICOS.
Para comienzos de los años 90, paradójicamente, quienes se interesaron por el GASUR, fueron los norteamericanos. Ellos estaban empeñados en combatir el narcotráfico y para ello necesitaban un punto de lanzamiento de operaciones que se encontrara en medio de la gigantesca zona cocalera del Caquetá, la que habían visualizado satelitalmente. Basados en el plan Colombia contra los narcóticos decidieron poner sus ojos en la vieja y olvidada Base Aérea de Tres Esquinas perdida en medio de la jungla.
Como la Fuerza Aérea no disponía de recursos para los trabajos de infraestructura requeridos, la embajada de los Estados Unidos había contratado dichas obras y para ello había exigido un mínimo de seguridad. El comandante saliente, había iniciado una serie de reformas y mejoras de las instalaciones dentro de las cuales la principal era la pavimentación de la pista de aterrizaje, con el fin de mejorar la comunicación y permitir la llegada de aviones pesados. En especial, durante el fuerte período de los inviernos que con frecuencia impedían las operaciones de los vuelos, vitales para el abastecimiento de la unidad. También para los que requería el apoyo logístico de la importante base naval fronteriza de la Armada Nacional, en Puerto Leguízamo, sobre el río Putumayo, en la frontera con el Perú.
LA SEGURIDAD NECESARIA.
Por razón de la seguridad de las obras, los norteamericanos pidieron y fue ordenada la creación de una fuerza defensiva, por lo cual se conformó la Fuerza de Tarea Conjunta Cándido Leguízamo, FUTACAL. Para ello, se envió al GASUR, inicialmente, durante los años 92, tres compañías de contraguerrilla del Ejército, un Elemento de Combate Fluvial de la Armada Nacional. La FAC aportó una contraguerrilla de la Infantería de Aviación y un componente aéreo integrado con un helicóptero mediano armado, un helicóptero liviano artillado y un avión mediano bimotor turbohélice. Además de los ya existentes y viejos, pero muy nobles, resistentes y flexibles Beaver y C-47. Útil para casi todo lo logístico, menos en capacidad de fuego.
Debido a problemas de incumplimiento de la ejecución de las obras, por un mal estudio geológico del contratista en el cálculo de las fuentes de materiales de construcción, firma de ingenieros costeños antecesora de las hoy en día muy famosas por contratos con el estado, las obras se habían paralizado. Mientras tanto la embajada de los Estados Unidos entablaba una querella judicial para lograr su culminación y recuperar los dineros invertidos, empleamos la Fuerza de Tarea Conjunta, Cándido Leguízamo, FUTACAL, en operaciones de defensa del GASUR. Eso incluía operaciones de área, despliegues en profundidad, presencia para conquista dominio y control territorial. Usábamos tácticas de despliegues furtivos y asaltos sorpresivos, que terminaban con repliegues abiertos y relámpagos para causar impacto sicosocial. El enemigo y los colonos se sorprendían sobre como podíamos infiltrar su áreas sin ser detectados y luego sobre como hacíamos alardes de maniobra y movimiento en las retirada sin poder ser contenidos.
Como las operaciones de inteligencia eran muy difíciles, debido al miedo y el hermetismo al que el enemigo había sometido a la población, sospechábamos que era muy factible que estuviésemos despertando un león dormido. De todas formas no desistimos en mantener una posición media entre defensiva y ofensiva. Debíamos salir de la extrema pasividad que, con el tiempo, se había convertido en peligrosa inacción. Eran tímidas operaciones, debido a los restringidos medios, el desconocimiento de la magnitud de la amenaza y las pocas fortalezas. Teníamos que aprovechar las escasas oportunidades de éxito y los sorpresivos blancos de ocasión que fuesen rentables.
LA REDUCCION DE LA POTENCIA DE COMBATE.
Aunque la situación de seguridad era bastante crítica, hablábamos con el termino de Base Aérea, más para darnos cierta preponderancia institucional y automotivación sicológica, igualándonos con las verdaderas Bases Aéreas, que para hacer merito a la verdad. También para justificar la permanencia de la FUTACAL en vista de la posterior seguridad al proyecto y del personal del Cuerpo de Ingenieros del Ejército norteamericano que hacia la interventoría de las obras. Y de refilón asegurábamos nuestra propia seguridad. Como las obras se habían paralizado, se comenzó a madurar, en el nivel central, la idea de que era necesario disminuir en algo dicho dispositivo. Debía iniciarse por el mencionado componente aéreo ya que era lo que resultaba más oneroso para el presupuesto de la FAC por estar compuesto de costoso equipo de vuelo.
Por esa razón, para el año 95, en forma gradual, y con una serie de justificaciones separadas para cada decisión que se tomaba, fueron retirados los dos helicópteros y, finalmente, el avión Araba. Ante tal circunstancia, dimos todos los argumentos posibles para que eso no sucediera. Pero finalmente debimos darnos por vencidos por la imposición de la superioridad sobre la razón. La última explicación que nos dieron fue que era una orden del alto mando militar.
Requerían de ese equipo volante para conformar un grupo de protección para los altos mandos militares y políticos colombianos altamente amenazados en la capital de la nación. Supusimos que eso solo era una disculpa. La sospecha la confirmamos después. El real motivo era la seguridad genérica de las legaciones diplomáticas, pero en especial la norteamericana. Como el armamento y mucha de la dotación era del famoso Plan Colombia, los norteamericanos vieron que estaban gastando dinero en algo que no estaban necesitando, ante las suspensión de los trabajos de ingeniería en GASUR, mientras que la seguridad de sus diplomáticos, en el nivel central, estaba siendo critica.
Poco tiempo después en una visita del embajador ala GASUR, este se refirió al tema, aunque en forma rápida y corta, pero suficiente para saber, con lo cual confirmamos que nuestra premonición era acertada.
Ante tal decisión de tan alta alcurnia y siendo ésta del orden del mayor interés político nacional, debemos resignarnos a quedarnos sin esas facilidades. Nos aseguraron que en caso de un ataque seriamos auxiliados con el primero y máximo nivel de prioridad. No pasaba desapercibido que eso sería poco factible debido a la distancia a que nos encontrábamos desde los lugares de donde podrían salir esos apoyos de combate y las dificultades para llegar oportunamente a esos lugares. Nos era muy claro el perfil del dispositivo de combate de las fuerzas aéreas amigas y la realidad nacional.
EFECTO DE LA DOCTRINA MILITAR.
Teníamos que aceptar la evidente doctrina militar imperante en ese momento. Doctrina que se ha dado en forma silvestre, ya que ha surgido de un proceso de mutación espontánea y sin ningún planeamiento estratégico de defensa nacional. O si esos cálculos y planes han existido, por lo menos nunca han sido difundidos ni expuestos, a los niveles de mando que están en la obligación de conocerlos y aplicarlos. Son tan reservados que ni siquiera quienes los han de ejecutar los conocen a su nivel de aplicación. Todo parece indicar que no es secretismo sino, mejor, oscurantismo. No es estratificación ni compartimentación de la información, más bien ausencia de ella.
Veamos. El dispositivo militar nacional es el de la una inapropiada concentración de fuerzas militares en el centro de la nación, basado en el hecho de que donde hay más gente debe haber más fuerza militar. El dispositivo militar está pensado en priorizar el orden interno y la amenaza delictiva, objetivo propio de una fuerza policial y no de la militar. Eso implica una sentida ausencia militar y una difusa presencia periférica fronteriza, objetivo fundamental de la fuerza militar, porque su objetivo fundamental es la protección de la soberanía y la defensa nacional. Debilidad que dio motivo razonable a los dos históricos intentos de apoderamiento e invasión peruana a La Pedrera y Leticia durante comienzos del siglo XX. Las condiciones existentes durante el conflicto con el Perú eran idénticas a finales de siglo. Ellas dieron pie y fueron motivos razonables para que el vecino lanzara sus intentos de apoderamiento forzado y por vías de hecho.
Después de construidas las trochas, por razón de la guerra con el Perú, de Pasto, Nariño a Puerto Asís, Putumayo. La de Garzón a Mocoa, la de Guadalupe a Florencia, remontando el alto de Gabinete. La de Algeciras hacia San Vicente, pasando por Balsillas, Las Perlas y El Pato. Y la de Colombia, Huila, a la Uribe, Meta (que años después utilizaron los bandoleros de las FARC en su fuga desde Marquetalia y Sumapaz), muy poco era lo que se había hecho para comunicar la región. La vía fluvial y la vía aérea eran los únicos medios disponibles en tan amplia área.
CAMBIOS DE DISPOSITIVO.
Eso nos condujo a hacer una valoración minuciosa de toda la circunstancia estratégica y las medidas prácticas que deberíamos tomar para compensar, en todo lo que más fuese posible, las nuevas circunstancias de debilitamiento propio y el poderoso crecimiento de la potencia de combate del enemigo que nos rodeaba y había logrado un alto nivel de presencia, dominio y control de área. Era casi que el gobierno en todos los aspectos sociales, incluido hasta el religioso.
Nuestra conclusión fue que debíamos retirar una unidad que teníamos destacada, por la distancia y la pérdida de la posibilidad de apoyo aéreo, a la que se nos había llevado con el retiro del equipo de vuelo. Dentro de estas medidas estaba el repliegue del Puesto Militar, de la Infantería de Aviación, emplazado en el municipio de Solano, a unos 8 km de distancia del GASUR. La distancia era corta, pero la única forma de llegar, en caso de combate, era un viejo carreteable que se había convertido en trocha, por más de 50 años de abandono y el rio Orteguaza. Bloqueadas esas dos vías por el enemigo no se podía hacer nada por ellos. Y menos por vía aérea ante la ausencia de las aeronaves ya comentado.
Nos demoramos en hacerlo porque pretendimos obtener consentimiento de alto mando. Mas por seguir la sagrada tradición de que nada un subalterno debe hacer sin no ha sido ordenado por su superior o minino avalado, que por nuestra convicción. Costumbre que se ha deformado trasfiriendo las más mínimas decisiones hasta los más altos niveles del mando. Nadie quiere asumir la responsabilidad y las consecuencias de sus actos, ya que sabe que será descalificado por inacción o también por acción, si llegase a resultar desacertado. Y siendo el primero el menos malo resulta ser lo mejor, así sea costa de caer en la paquidermia. Y la pesada toma de decisiones es contraproducente con las rápidas dinámicas y las oportunidades de ocasión, que demanda las operaciones tácticas y el combate activo.
Finalmente, después de larga espera, el comando FAC nos respondió en forma ambigua para no adquirir el compromiso de una decisión rotunda y clara, que lo hiciésemos, pero solo a nuestra consideración. Como siempre, las consecuencias por hacerlo o no hacerlo no serían de su parte, solo nuestras. Ante la ambigüedad y el no contar con un respaldo directo por lo que se hiciese, y por otra parte de la oportunidad de obrar, que tanto valorábamos, lo retiramos recibiendo a sus hombres de regreso, con el mayor agrado. Así estarían más seguros y se reforzaba la seguridad del GASUR.
Todavía era claro que no se podía actuar con total autonomía en cosas que, era natural, fuesen del nivel local, en la toma de decisiones. Ha sido tradicional no definir los criterios en lo que se puede o no actuar y se deja al simple criterio de lo que el superior quiera determinar para cada ocasión. Eso permite ejercer la autoridad con el mayor albedrio para calificar de acertado o desacertado lo prole subalterno ejecutado, usando el simple capricho personal y sin referencial de ningún principio o doctrina fundamental, que por ello es apetecible que no existan. Desde luego, porque eso facilita la valoración según su mejor conveniencia para el superior donde evita la mayor cantidad de responsabilidad que le pudiese ser endilgada si el resultado no es favorable.
Por ejemplo, los requerimientos de bombardeos que habitamos hecho no fueron autorizados por el Comandante General de las Fuerzas Militares, quien era el único quien autorizaba esas operaciones. Cuando escasamente eran autorizados, debido al acomplejo trámite burocrático y las ocupación de otras índole que le mantenían copado, ya había desaparecido la oportunidad, la sorpresa y había cambiado la maniobra. Pero, gloriosamente las cosas estaban cambiando y ya se notaba cierta libertad de acción jurisdiccional sin tener que recurrir a obtener consentimiento para casi todo, a altos mandos, como era la tradición. En eso nos estábamos modernizando, aunque con timidez.
OTRA PREOCUPACION.
Otra unidad amiga, que nos preocupaba, era la Base Militar de las Delicias, a cargo del Ejército Nacional y bajo el mando directo del Batallón de la Tagua.
La base militar de Las Delicias está ubicada a medio camino, entre la Base Aérea de Tres Esquinas y el Batallón de la Tagua. Desde GASUR aproximadamente a unos 60 km hacia el sur y del Batallón de la Tagua unos 80 hacia el norte. Está en la margen derecha sobre el río Caquetá, jurisdicción del Putumayo, ya que el rio es la frontera entre los dos departamentos. Esa ubicación proviene desde cuando el coronel Herber Boy creó las Bases Auxiliares para los hidroaviones tales como la de Curiplalla, Puerto Boy, el encanto y otras, actualmente desaparecidas y de las cuales solo queda los nombres y restos de equipos en abandono copados por la selva. Labor necesaria durante el conflicto fronterizo, incitado por los caucheros de la Casa Arana.
El único medio de comunicación para llegar a ella, en caso de requerirse un apoyo militar de carácter rápido, es sobrevolando. En segundo término, navegando por el rio y por tierra es imposible. No hay carreteras ni facilidad para aterrizaje de aeronaves. Existían algunas trochas y algunos estrechos ríos por los cuales se puede llegar, pero eso sólo se logra empleando mucho tiempo y en forma lenta. Tal como lo hacen los pocos colonos que habitan en la región en un aislamiento casi total. Población que también era controlada y sometida por la insurgencia para sus propósitos terroristas.
Durante el primer semestre de 1996, aprovechando que el comandante del Batallón de la Tagua pasaba por el GASUR, le sugerimos evaluar la posibilidad de levantar dicha base debido a la vulnerabilidad que se nos ocurría. Nos dijo que lo evaluaría aunque lo consideraba bastante improbable ya que suelen ser decisiones que debían tomar los altos mandos en Bogotá y que no estaban dentro de su autonomía y sus posibilidades.
Parece ser, por informaciones muy posteriores, que dicha solicitud si fue hecha y valorada en el Centro de Operaciones del Comando General, llegando a la conclusión de que esta unidad debía continuar a pesar de los motivos que se habían expuesto para su desmantelamiento. El comandante del Batallón de la tagua no modificó el esquema operacional de su jurisdicción.
De todas formas, esta unidad nos preocupaba tanto como la de La Chorrera que se encuentra mayor distancia y con menos posibilidades de apoyo todavía.
LA INFLUENCIA DE UNA OPERACIÓN EN OTRA REGION.
Desde otro ángulo geopolítico, lo que acontecía en la región no era ajeno ni estaba aislado de otra realidad nacional En el año 96, la opinión y los medios de comunicación social, comenzaron a develar el grave problema que se presentaba en la frontera amazónica colombiana relacionado con el fortalecimiento de la insurgencia, alimentada con los dineros de narcotráfico. Los análisis obligaron al gobierno a concentrar su atención, especialmente en la región del Guaviare, ignorando completamente que igual fenómeno se presentaba en la región del Caquetá.
De todas formas, por determinación del poder político, presionado por intereses extranjeros, las Fuerzas Militares ordenaron la famosa operación Conquista, en la región del Guaviare, que en ese tiempo era comandada por un general intelectual, inquieto por los análisis sicosociales, mucho espíritu combativo, capacidad operacional y de una amplia visión nacional. La problemática narcosubversiva en el Guaviare era grave y sin temor a duda afirmamos que la del Caquetá era mayor. Pero a esta última no se le prestaba mucha tensión. Después, el teatro de operaciones y el interés nacional saltaría como un relámpago del Guaviare al Caquetá. Las realidades y los argumentos que pregonamos, para que no se nos privara del equipo aeronáutico, seria evidente por sí misma.
En el planeamiento de la operación, el comandante detectó que la operación en el Guaviare fracasaría o tendría resultados muy pobres, si no se ejecutaba una operación simultánea de contención en la región del Caquetá, colindante, por el occidente, con el Guaviare. Por esa razón y como no disponía de los recursos militares necesarios para hacer su propio cierre, pidió a sus superiores, ordenar al comandante militar del Caquetá, adelantar otra operación similar de cierre forzado, así no fuese de igual magnitud como la operación fundamental ofensiva en el Guaviare pero indispensable. La magnitud de ambas operaciones exigía una coordinación de nivel regional, que implicaba una concepción de nivel estratégico.
LAS OPERACIONES.
La operación del Caquetá se centró en una contención activa. Con ello evitaría la fuga del enemigo cuando se viese presionado en el Guaviare con la ofensiva activa. Lo más factible, era que se desplazara al occidente, por ser el otro centro vital de sus intereses económicos y donde disponía de recursos logísticos, en espera de amortiguar la arremetida. Por ello la operación del Guaviare se denominó Operación Conquista 1 y Conquista 2 la del Caquetá.
Esta última implicaba la intervención de la que acostumbrábamos denominar como Base Aérea de Tres Esquinas, pero realmente solo era un Grupo Aéreo, el menor rango dentro de la clasificación de las unidades aéreas. La razón era su conformación como unidad básica, sin ninguna capacidad estratégica. Era para apoyo o mínima presencia de gobierno, con funciones para el orden público interno. Solo en los últimos años se le consideró y se iniciaron tareas preparatorias para combatir el narcotráfico de manera intensiva. De todas formas era el único recurso disponible en el área para la operación Conquista 2 por su posición geográfica.
Era lo más próximo a la cuenca media del río Caguán y, en especial, del objetivo central de la operación Conquista 2, la población de Remolinos del Caguán. Es por ello que el comandante de la Brigada 12, acantonada en Florencia, capital del Caquetá, desplazó tropas y el puesto de mando a GASUR, donde se le apoyó con las máximas facilidades disponibles.
En GASUR fuimos sorprendidos con esas operaciones ya que eran muy secretas y elaboradas sólo en el íntimo entorno del Ejército que, aunque necesitaba nuestra colaboración, no nos fueron compartidas con antelación. De haberlo hecho se habría podido destacar apoyos aéreos, en especial helicópteros, para su ejecución. Por lo cual lamentamos la grave reducción del componente aéreo que se había ordenado el año anterior, según lo ya mencionado. Sin embargo, seguimos adelante con todo el mayor empeño, ya que veíamos que era una necesidad fundamental del orden nacional.
La operación Conquista 2 se planeó geográficamente en los tres sectores naturales del río Caguán. El sector norte, comprendido entre las poblaciones de San Vicente y Cartagena del Chairá, cubierto por el Batallón Cazadores, ubicado en la primera y la Base Militar emplazada en la segunda. El sector medio entre Cartagena y la población de Remolinos, que sería cubierto por tropas de Florencia que se desplazaron hacia Cartagena. Allí se embarcaron por el río hacia el sur hasta llegar a la población de Remolinos, lugar próximo al GASUR. El sector del bajo Caguán, comprendido entre Remolinos y la desembocadura del río Caguán al río Caquetá. Allí no se tendría ninguna maniobra de movimiento, exceptuando el cierre de la confluencia por parte de las tropas desplazadas por río Caquetá partiendo del batallón de la Tagua hasta ese lugar.
Aproximadamente, a las dos semanas de haberse iniciado las operaciones se había logrado la destrucción de una gran cantidad de laboratorios, capturado señalados terroristas, en especial, quienes manejaban los asuntos financieros, el cobro de vacunas, extorsiones y la cuota del gramaje. El comercio y la economía de la región se vieron afectados puesto que ellos dependían casi en su totalidad del cultivo proceso y comercialización de narcóticos.
Ante la sorpresiva acción, los narcoterroristas no pudieron desplegar ninguna respuesta armada para contener la arremetida de las fuerzas militares. Por el contrario se vieron imposibilitadas para apoyar logística y operacionalmente, con maniobras de distracción, a la operación Conquista 1 que se ejecutaba en el Guaviare.
REACCION DEL ENEMIGO.
Para solventar la situación recurrieron a la presión social. Adoctrinaron y amenazaron a los colonos exigiéndoles dejar sus parcelas y desplazarse en manifestación pública hacia la ciudad de Florencia. En una semana llegaron a los alrededores de la capital del departamento, aproximadamente 40,000 personas. Una masa humana compuesta por hombres mujeres y niños, con actitud agresiva donde se escondían gran cantidad de agitadores e Insurgentes armados, quienes dentro de sus consignas manifestaban el deseo de ingresar a la ciudad para saquearla.
Como la situación era extremadamente grave, la operación Conquista 2 debió suspenderse para proteger la capital y controlar el orden público. Se creó un anillo de contención alrededor de la ciudad controlando las vías de aproximación. Al frente de los puntos de cierre se estacionaron las multitudes, armaron campamentos y se dispusieron a una espera prolongada para obligar a las autoridades a permitirles la llegada al casco urbano.
El comportamiento no era de manifestación pacífica. A los 10 días se presentaron algunos choques con tropas que les cerraban los pasos. Como la actitud beligerante y agresiva no lograba que se les cediera el paso, en uno de los puentes de las vías que conducen a Florencia, intentaron forzarlo con el fin de provocar la contención física. Buscaban crear motivos jurídicos para demandas, por vía tutela, contra las autoridades como así lo lograron.. Reclamaciones que algunos jueces fallaron en contra de los comandantes militares a quienes se les condenó a penas de arresto por no haber cedido a las reclamaciones de los manifestantes para llegar a la ciudad. Y por haber usado la fuerza para impedirles la libre movilización, supuestamente violando principios constitucionales fundamentales.
Calculamos, basados en la cantidad de víveres y recursos de sobrevivencia llevados por los manifestantes y las informaciones de inteligencia provenientes de algunos disidentes que, aunque hacían parte de la protesta, no estaban de acuerdo con ella y debieron participar ante la amenaza armada, que la situación sólo podría ser sostenida por máximo de 30 a 35 días. Como se había previsto, a los 40 días se inició un proceso de deserción de manifestantes y 5 días más tarde se había disipado en su mayoría.
LOS RESULTADOS.
La sensación dejada por la experiencia fue la de que los narcoinsurgentes no habían sido capaces de proteger a la población y la narcoeconomía de la acción del estado, en la operación Conquista 2.
También, que no habían apoyado bélicamente a la manifestación para la toma de la ciudad y por ello, ante la inanición, la población se había visto obligada a desistir de tal propósito y regresar a sus lugares de origen.
Fue un grave descrédito para la autoridad ejercida por los narcobandoleros quienes habían dado una demostración real de su debilidad y del poder que supuestamente ejercían. Poder que sólo era efectivo contra la población desarmada de los colonos más era totalmente incapaz ante la confrontación con las Fuerzas Armadas oficiales.
El resultado final fue la de una fuerte crítica social contra los narcoterroristas y un sentido reproche, aduciendo que para ese propósito de protección era por el cual los colonos les habían pagado durante muchos años el impuesto del gramaje. Y que según los pobres resultados obtenidos y la muy tímida acción en el empleo de las armas para cuidar sus intereses, se demostraban que sólo extorsionaban la economía local con propósitos para sobrevivencia y lucro personal, sin ningún interés ni meta en lo social.
Por esa razón la insurgencia se sintió fuertemente cuestionada y ante la muy grave pérdida del respaldo social se vio acorralada quedando en la obligación imperiosa de emprender acciones que demostraran lo contrario y hacer manifestaciones reales. En forma apremiante necesitaban adelantar un ataque o asalto a una población o una unidad militar que demostrara fuerza y capacidad de respuesta armada. Para ello planearon una acción que fuese contundente y que aunque no lograra recuperar el dominio y control psicosocial, por lo menos, si pusiera en evidencia que tenían potencia de combate, contra la operación Conquista 2. Los militares que les habían cerrado el paso durante la manifestación.
Así fue como planearon el asalto y toma de la Base militar de Las Delicias haciendo una valoración de su capacidad de reacción, el aislamiento, las posibilidades de apoyo y las condiciones del área para una aproximación furtiva, debido a la densa selva que la rodea.
MOVIMIENTO DEL DISPOSITIVO.
Como la operación Conquista 2 se había paralizado casi en su totalidad, y las tropas, desplazadas para el cierre de la desembocadura del río Caguán, necesitaban un descanso de combate, el comando del Batallón dispuso un relevo con personal salido de la Tagua. El destacamento que ya llevaba tiempo prolongado en dicho cierre, fue enviado a la Base de las Delicias donde, aunque no era un lugar de descanso, por lo menos, era razonable suponer que por la distancia, tendría una menor amenaza al alejarlo del foco central de la operación Conquista 2.
Esa nueva ubicación les daría un relativo descanso sin modificar ni debilitar el esquema de las operaciones. El Capitán Comandante de la tropa ya había sido comandante de esa Base Militar, en ocasión anterior, y por ello era buen conocedor del área, así como lo relativo a las fortalezas y debilidades del destacamento.
LOS PREPARATIVOS DEL ATAQUE.
Los narcoterroristas adelantaron una minuciosa acción de inteligencia de las facilidades activas y pasivas de la unidad, estudiaron con detalle el terreno, los lugares donde sacarían el recurso humano y de armamento para el asalto, evaluaron la distancia, confluencia y mimetismo de las vías de aproximación. Elaboraron una maqueta de las instalaciones y del terreno e hicieron prácticas simuladas del ataque. Todos los registraron documentalmente y hasta lo plasmaron en ayudas audiovisuales, las cuales usaron para perfeccionar la maniobra. Todo eso lo supimos después de la toma de la Base por medio de documentos abandonados por los insurgentes ante la fuerte presión a que fueron sometidos durante la posterior persecución.
Calcularon que debían emplear una correlación de fuerza de 4 a 1 en hombres y armamento para el asalto y de 6 a 1 considerados a quienes prestaron los apoyos. 400 narcobandoleros contra los aproximados 100 militares, que era la dotación en las Delicias. Por ello, los bandoleros, conformaron una fuerza total de aproximadamente 600 hombres.
EL ATAQUE.
Para el comandante del GASUR, el día 30 de agosto de 1996 las labores habituales terminaron sin inconvenientes. Como a las 19:30 horas se le presentó el Mayor comandante de la FUTACAL para informar que había recibido comunicación de la Tagua, en la que se pedía estar alerta por un posible apoyo aéreo en la Base de Las Delicias, donde había sucedido algo pero no sabía que podría ser. La solicitud era más de alerta que un requerimiento claro de combate.
Estando de noche y como no teníamos capacidad aérea ofensiva, de manera preventiva llamamos a Bogotá, al Centro de Operaciones Aéreas COA de la Fuerza Aérea, para hacer una alerta sobre lo que se pudiese necesitar. Nos dijeron que harían todo lo posible aunque todo indicaba que sería muy difícil debido a que se encontraban en múltiples operaciones en diversas partes en todo el país.
Alrededor de las 20:00 horas nos llega otra comunicación de la Tagua donde se nos dice que el Capitán Comandante en Las Delicias, había llamado para anunciar que la situación era muy grave, que lo estaban atacando, los bombardeaban y que necesitaba toda la ayuda posible. La comunicación se había cortado y no había sido posible saber más detalles. Narrarían, después, los sobrevivientes que luego de ese mensaje los guerrilleros volaron la caseta de comunicaciones, no hubo más llamados y el Capitán se dedicó a dirigir el combate y la defensa de su unidad.
Ante nuestras limitaciones, pedimos, por intermedio del COA, en Bogotá, al comandante de la Fuerza Aérea, un apoyo aéreo de ametrallamiento e iluminación. Nos informaron que el apoyo más factible sería desde la Base Aérea de Villavicencio. Esta se encuentra a una distancia de unos 400 km del sitio del combate. Además durante esa noche hubo otros ataques a poblaciones (27), donde toda la capacidad de la FAC estabas comprometida, incluido el Comando de Combate de Villavicencio, la que más factiblemente podría prestar el apoyo.
Eso nos indicaba que los terroristas lo planearon predeterminadamente, para disminuir la capacidad de reacción de la Fuerza Aérea causando la mayor dispersión del poder de combate aéreo. Hubo mucha angustia, no sabíamos nada, no teníamos otras alternativas y solo nos queda el esperar.
EL LANZAMIENTO.
A la media noche llamaron del Bogotá diciendo que habían mandado una escuadrilla de apoyo, compuesta por dos aviones armados. Con las tripulaciones nos comunicamos una hora más tarde, mientras se aproximaban a pasar cerca a la Base de Tres Esquinas. La noche no dejaba verlos pero los escuchamos. Estaban un poco retirados de la Base de Tres Esquinas, ya que la trayectoria de vuelo, en línea recta viviendo del centro del país, les ahorraba combustible.
EL APOYO.
Sobrevolaron Las Delicias a la 01:30 horas aproximadamente. Desde el aire nos informaban lo que veían. En la oscuridad veían los fogonazos de las armas, las explosiones, el bombardeo y las construcciones incendiadas. Eso indicaba un fuerte combate en progreso. El humo y una ligera niebla dificultaban en algo la visibilidad. Para intentar una identificación entre amigos y enemigos, de las instalaciones y del terreno, de los cuales no tenían información previa, las tripulaciones, lanzaron vengalas. Con ello pudieron hacer ametrallamientos hacia las posiciones que se suponían serían las de los narcoterroristas. Parece que acertaron ya que los ametrallamientos disminuyeron la intensidad del combate.
LA RECUPERACIÓN.
Aproximadamente después de una hora de sobrevolar el blanco y hacer presencia disuasiva, el comandante de la escuadrilla aérea nos llamó para decir que debía suspender el apoyo para regresar a Villavicencio por agotamiento de combustible. Nos dijo que podía prolongar su permanencia sobre el blanco por una hora más si le asegurábamos el aterrizaje en la Base de Tres Esquinas.
La verdad es que esa posibilidad no solo era bastante remota sino muy riesgosa. No disponíamos de las facilidades aeronáuticas en tierra para asegurar un aterrizaje nocturno confiable.
DIFÍCIL SITUACIÓN.
Teníamos solo comunicación con los aviones que es algo insuficiente para una maniobra de aterrizaje nocturno. Además de eso se necesitan ayudas de radio navegación, procedimientos de aproximación, una pista dura con demarcaciones visuales, medios para medir visibilidad horizontal y la altura del techo de las nubes (ceilómetro) y señales con alumbrado, como mínimo de borde de pista.
Solo teníamos 1.000 metros en pisa de concreto, de 1.300 que requerían los aviones. Fuera de los mil metros de concreto disponíamos de otros mil más pero en terreno destapado, en piso de grava, aunque bien nivelado y firme. El faro giratorio de acercamiento visual no funcionaba desde hacía muchos años, tantos que ni los más viejos recordaban cuando había dejado de iluminar, como mínimo 40 años. La meteorología la mediamos a puro ojímetro y en la forma más empírica posible.
Para completar las restricciones propias de las operaciones aéreas nocturnas, se estaban dando limitaciones por factores meteorológicos tales como nubosidad baja por niebla. Los inconvenientes se estaban conjugando para reducir nuestras posibilidades de apoyo aéreo de combate y una segura recuperación del componente aéreo. Aunque no éramos una unida dotada ni determinada como Comando de Combate Aéreo, las necesidades tan apremiantes nos habían convertido, repentinamente, en una unidad primaria de combate improvisado.
RAPIDA DECISIÓN.
La decisión era de alto riesgo pero debíamos tomarla en forma rápida, cada minuto que se demorara significaba menos combustible en los aviones y la imposibilidad de llegar a un lugar seguro. Evaluamos la alternativa de llegar al aeropuerto comercial de Neiva por ser más próximo que el de Villavicencio y disponer de iluminación nocturna.
Esa alternativa debió preverla el COA por ser un asunto de nivel central ya que implicaba la interacción entre la dos direcciones máximas del poder aéreo nacional, el militar y el comercial. Es decir, las capacidades que dispone la aviación militar actuando en consonancia con los medios que le son aplicables de la aviación civil. Esas previsiones no fueron tomadas y se dejaron a quienes estábamos absorbidos por el torrente de circunstancias del combate local. En quienes estábamos en el nivel táctico y no teníamos acceso al nivel estratégico.
Esa opción resultó imposible. El aeropuerto comercial había suspendido las operaciones a primeras horas de la noche y abrirlo en forma rápida, no era algo lograble con la rapidez que demandaban los hechos. Faltó convenio un previo convenio entre la aviación militar con la administración de la aviación civil. No era una alternativa que pudiese improvisarse con suficiente confiablidad operacional. Teníamos que decidir entre un aterrizaje en el GASUR cercana y poco dotada o en la Base Aérea de Apiay, bien dotada pero lejana, a medio país en Villavicencio.
A pesar de tantas dudas y factores adversos, haciendo una mental y somera valoración de la relación costo-beneficio, las cosas resultaban con un muy ligero margen de éxito. De todas formas y muy alto riesgo de comando, decidimos que continuaran apoyando. Mientras tanto tomábamos todas las máximas medidas posibles para logar un regreso y aterrizaje seguro.
LOS RIESGOS.
Apurar y acertar en la toma de la decisión, en ese instante, significaba un regreso seguro de las tripulaciones (4 personas) con sus 2 aviones. Demorar o errar, la perdida de las tripulaciones y la de los dos aviones.
Si les asegurábamos que la escuadrilla podría aterrizaje en GASUR y luego no se lograba efectuar con éxito, se tendrían que eyectar las tripulaciones, con posibilidades de perecer en la arborizada. Maniobra que efectuada en paracaídas es peligrosa. Además de perder los aviones. Por otra parte, si permanecían más tiempo apoyando, la posibilidad de sobrevivencia de las tropas que combatían en Las Delicias, serian también mayores.
Estábamos corriendo riesgos muy altos. Abrigábamos una leve esperanza que si se eyectaban lo harían, al menos sobre la Base, si les iluminábamos lo mejor posible la Base para que la usaran de blanco del salto en paracaídas, para facilitar su rescate. En un lugar de la base y dentro de la selva, como la que rodeaba al GASUR, es difícil lanzar una operación de búsqueda, recuperación y rescate, de una tripulación, con relativos márgenes de sobrevivencia.
LAS IMPROVIZACIONES.
Para ayudar al máximo al aterrizaje, ordenamos poner en marcha todos los generadores Diesel y a plena potencia, encender todas las luces, incluyendo las domésticas y el alumbrado público. Algunos mecheros con ACPM improvisados y los pocos vehículos con las luces prendidas, fueron puestos en la pista. Además de cuantas linternas de mano y lámparas portátiles se encontrara.
Despertamos e incomodamos a todos, incluidos los hogares, pero era necesario. Debían poner su grano de arena alumbrando sus casas. Era el momento de la verdad. En medio de la jungla cualquier luz, por tenue que sea, debido a la intensa oscuridad del cielo que se confunde con la de la selva, vista desde la cabina de un avion, se capta desde muy lejos. Es una gran ayuda para que las tripulaciones, carentes de combustible, puedan viajar en línea recta para aterrizar a salvo lo más pronto.
Cuando la escuadrilla llamó finalmente, solicitando autorización de regreso, le dimos nuestro inmediato consentimiento y pusimos en el máximo nivel de alerta a todo el personal de la unidad. El avión líder de la escuadrilla informó que la nubosidad no le permitía posicionarse adecuadamente para el aterrizaje. Que haría un primer intento. Además de que tenía que tener en cuenta que su compañero de ala sufriría un considerable retardo ya que tenían turno número dos para aterrizar.
LAS PELIGROSAS MANIOBRAS.
Para no ser deslumbrado por el reflejo en la nubosidad, que estaba empezando a cubrir el terreno, inició la aproximación con las luces de aterrizaje apagadas. Las encendió estando lo más próximo a la pista. En ese instante pudimos ver los faros de aterrizaje como puntos de luz difusa en medio de la niebla. Estaba más alto de lo que debía para lograr aterrizar en la corta pista disponible. Dejamos que el piloto siguiera sus mismas conclusiones. En ese momento ya se había dado cuenta de la situación y estaba iniciando un sobrepaso. Habíamos fallado el intento de aterrizar del primer avion.
La angustia que nos causó la falta de éxito de esa maniobra nos invadía todo el cuerpo. Todos los que estamos en tierra observando desde en lugar próximo a la pista de aterrizaje, vimos pasar del avion a poca altura sin poder hacer ninguna otra cosa por ellos. Nos quedamos mudos conteniendo los impulsos de hacer recomendaciones a las tripulaciones ya que ello les causaría más embarazos y los dejamos actuar por su cuenta, fingiendo una muda serenidad.
El piloto reportó que intentaría nuevamente la maniobra y que creía poderla lograr con éxito. Lo repitió y se acomodó mejor que en la primera oportunidad. Cuando aterrizó todos sentimos que se nos quitaba un gran peso encima aunque todavía faltaba su compañero de ala. La tripulación ya en tierra le hizo recomendaciones a la que sobrevolando en espera de su turno para aterrizar. Las orientaciones fueron tan adecuadas que al primer intento aterrizó. De esa forma terminó la calcinante preocupación.
Los reabastecimos y mientras tanto surgió otro inconveniente: empezó a caer una llovizna, con nubes bajas y una densa neblina. Los aviones, en esas circunstancias podrían despegar, pero si lo hacían era definitivo que no volverían a aterrizar. Si dábamos la orden de despegar, estaríamos mandando a sus tripulaciones a una muerte casi que segura. Ordenamos, entonces, no despegar.
LAS REFLECCIONES.
La relación costo-beneficio no lo justificaba, si se les mandaba con esas condiciones se perdería toda alternativa de apoyo futura. A pesar de que eso implicaba una situación más crítica para las tropas de las Delicias. No es buen comandante quien sabiendo, de antemano, que su victoria será pírrica y sin embargo la realiza negándose, con ello, las oportunidades futuras más factibles y rentables.
Siempre en estas circunstancias hay algunos que quieren hacer más y otros que no, todos tienen un criterio, unos creen que pueden y otros que no pueden. En una fuerza militar todos tenemos un horizonte, un punto de equilibrio distinto, entre lo que es el ser y el deber ser. Entre lo que se debe hacer o lo que se puede hacer con éxito, algunos son más temerarios que otros. Debemos cuidarnos tanto de la excesiva prudencia como de la exagerada imprudencia. Los subalternos suelen pensar en lo inmediato.
El comandante tiene que mediar pensando en la conveniencia macro. En cómo sus decisiones van a influir sobre la victoria, si poniendo en riesgo al momento a sus hombres, su más valioso recurso, o preservándolos porque después le permitirán vencer. Casi que debe proveer el futuro y sobre como todo eso beneficiará al mejor el interés nacional.
EL COMBATE.
La batalla en las Delicias duró toda la noche hasta las 07:00 de la mañana. En las primeras horas del día, el Capitán fue herido, pero sobrevivió, tratando salvar a los hombres que le quedaban con una maniobra de retirada. Pretendía llegar furtivamente al rio para ver si podía escabullirse usando la corriente. Para ello ejecutó un cubrimiento con fuego distractor, mientras los pocos hombres que le quedaban en condición de combate, porque no habían sido rendidos, heridos ni habían caído heroicamente, se evadían por una ruta de escape. La mayoría ya estaba fuera de combate.
Más tarde, mientras el capitán suplicaba, en forma incoherente por las heridas recibidas, una cobija para abrigarse del frio que decía sentir, los terroristas se burlaron de él y lo asesinaron aleve y cruelmente. No tuvieron compasión del vencido, como lo manda la altura de todo ser humano.
EL RECONOCIMIENTO AÉREO.
Mientras tanto, en el GASUR, tan pronto amaneció vimos que la niebla todavía no se había disipado. El anticuado pero funcional avión de transporte, el C-47, no pudo despegar para hacer un simultaneo vuelo de reconocimiento y de apoyo a la base de naval de Puerto Leguízamo, que nos indicara si era factible continuar con el apoyo aéreo combate.
Debimos esperar a que calentara un poco el día para que se levantara la niebla. Para las 08:30 de la mañana el avión pudo despegar y al poco tiempo nos estaba reportando que la nubosidad no permitía ver bien lo que estaba sucediendo en las Delicias. Sin embargo, alcanzo observar que ya no había combate y lo que parecían ser varias construcciones convertidas en cenizas. Por ello no ordenamos otro apoyo aéreo de combate. No era aplicable. Por eso ordenamos al avion continuar con la otra misión. Y volviese a ser un reconocimiento al regreso ya que la base las Delicias queda en la ruta aérea que conduce a la frontera con el Perú.
Más tarde nos reportó que ya no se observaba en el lugar ninguna presencia de personal y si mucha destrucción. Supimos que el combate había terminado y que lo claro esa su total destrucción. No era aplicable ningún otro ametrallamiento ni cubrimiento aéreo. Nos concentramos en lograr una operación de rescate por vía aérea. Ya por el rio Caquetá se estaban dirigiendo, de sur a norte, al lugar unos elementos de combate fluvial y unos transportes más lentos que llegarían en las horas de la tarde a Las Delicias, procedentes de la Tagua.
EL RESCATE.
El día sábado 31 posterior al ataque a la Base de las Delicias, nos concentramos en coordinaciones de apoyo sanitario, inteligencia y planeamiento de una factible reacción por tierra y persecución. En cuanto a operaciones de combate aéreo y apoyo de fuego ya no conducentes. Mientras esto acontecía habíamos planeado un rescaté por vía aérea. Eso implicaba usar helicópteros, los que, como ya hemos dicho, no disponíamos en el GASUR. Acudimos nuevamente al nivel central. Del COA ordenaron el desplazamiento de un helicóptero “Halcón Negro” para esta misión.
El helicóptero más cercano estaba a 4 horas de vuelo en San José del Guaviare. Se encontraba prestando apoyo final a la operación Conquista 1. En el vuelo de traslado se le hizo de noche y aunque no estaba dotado para operación nocturna, logró rescatar varios heridos.
LA TENEBROSA MISIÓN DE RESCATE.
Esa espeluznante misión de rescate es contada en la crónica escrita por el copiloto de la aeronave, tiempo después. El informe pone en evidencia la crueldad de los hechos acontecidos en Las Delicias. Se pone como anexo de esta narración por razones de secuencia de los hechos vistos desde el GASUR.
Cuando esa noche llegaron los primeros heridos, sentimos muchas cosas. Lógicamente, lástima y congoja. Teníamos que mantener el control y un dominio que al comandante le permite actuar con racionalidad. No queremos decir que el comandante deba tomar una posición de insensibilidad. Todo lo contrario, hay que mantener la cordura, la lucidez para actuar con el mejor tino. Lo cual no significa que no sea consciente de la barbarie y el dolor de sus hombres.
La tripulación del helicóptero, de por sí, ya había hecho mucho ese día por rescatar a los heridos. Incluso había actuado por fuera de las normas de vuelo, ya que no estaba dotado para operación nocturna. Y, sin embargo, con una descomunal entrega había arriesgado su vida para ayudar a los heroicos soldados heridos.
Las normas no pueden ser absolutas cuando son superadas por las exigencias del deber. Lo legal es fundamental pero ello es superado por las excepciones legítimas. Las mismas que confirman las reglas. Y dentro de esos motivos está el ayudar a la sobrevivencia de quienes no solo son seres humanos sino que han arriesgado lo más valioso que poseen, que es su vida, por la máxima causa, la patria.
Por ello, le preguntamos a la tripulación si podía efectuar un segundo vuelo a lo cual no respondió que no era posible a costa de correr grandes riesgos contra la seguridad de vuelo. Igual que la tripulación de la escuadrilla que había hecho el apoyo aéreo de combate la noche anterior.
Comprendimos perfectamente la explicación ya que ante tal posibilidad no se ameritaba arriesgar a una tripulación sana, una aeronave en perfectas condiciones de operación, además de la vida que los heridos que pudiera rescatar. En caso de accidentarse la aeronave, en lugar de aliviarse, los pondríamos nuevamente en condición segura de perder la vida.
Esa noche no hicimos más vuelos de rescate y los heridos que no pudieron ser recuperados esa noche debieron esperar hasta el otro día. La situación era desesperante pero era lo mejor que podíamos hacer ante la falta de recursos aéreos para ejecutar otras maniobras de rescate.
EL VUELO AMBULANCIA.
El General Comandante de la FAC estaba altamente preocupado por la situación de los soldados. Cuando o el helicóptero de rescate poblaba de las Delicias a tres esquinas aproximadamente a las 19:00 horas, me llamó para decirme que existía la posibilidad de ordenar un vuelo ambulancia con un avión Hércules para que llegara esa misma noche albiazul y continuará el rescate de los heridos llevándolos directamente a la sed de Bogotá donde serían internados en el hospital militar.
Por todo lo que ya hemos mencionado con respecto a las facilidades para vuelos nocturnos que tenía EL GASUR se requería que el avión ejecutará el aterrizaje iluminándose por sus propios medios. Esta era una maniobra que las tripulaciones de los aviones C-130 habían ejecutado muy poco y no estaban actualizadas en el procedimiento. Sin embargo habían encontrado a una tripulación que creía poder ejecutarla con éxito y en caso de no lograrlo podrían abortar sin correr mayores riesgos.
Para ello se necesitaba que nosotros indicáramos si la situación de gravedad de los heridos ameritaba correr ese riesgo nocturno o, en caso contrario, esperar hasta las primeras horas del otro día. Para dar ese concepto solicitamos al señor comandante una espera mínima de una hora mientras hacíamos la necesaria valoración. Pedimos a los médicos disponibles en nuestro pequeño hospital que nos dieran su apreciación lo más rápido posible para transmitir el concepto a nuestro superior.
La opinión de los médicos fue la de que la mayoría de los heridos que había traído el helicóptero estaban en alto riesgo de perecer esa noche si no recibían un nivel máximo de asistencia médica, el cual no disponíamos en nuestro hospital. El señor comandante nos había sido enfático en que teníamos que considerar el alto riesgo que implicaba la operación de ese pesado habían ambulancia esa noche contra los beneficios que se pudieran lograr. Y ante tal concepto médico no dudamos en recomendar la ejecución de vuelo ambulancia.
De esa forma el avión pudo llegar y hacía la medianoche los primeros heridos, que eran los más graves, estaban recibiendo la mejor asistencia médica que la institución militar les podía brindar. Eso era en el Hospital Militar Central en la ciudad de Bogotá.
El día domingo, el helicóptero efectuó otros vuelos desde las Delicias al GASUR trayendo los otros heridos y los fallecidos. En el caso se improvisó el proceso de embarque de los heridos, los trámites administrativos y el servicio de morgue que corresponde ejecutar con los fallecidos. El avión Hércules los fue trasladando a la capital.
LOS ALTOS MANDOS Y LAS AUTORIDADES DE CONTROL
En esos mismos vuelos comenzaron a llegar una gran cantidad de altos mandos militares y autoridades de supervisión interna, que estaban interesadas conocer, de primera mano, tanto lo que había acontecido como lo que se estábamos haciendo. Los atendimos a todos en la mejor forma. En especial a las autoridades de control del estado y otras personalidades a quienes les dimos la información preliminar con la cual nos debían adelantar las investigaciones de tipo penal, disciplinario y administrativo, por todo cuanto presumían que no habíamos actuado con la debida suficiencia o acierto.
Las últimas estaban más concentradas en lo que faltaba por hacer, así fuese en lo que no podíamos hacer por insuperable deficiencia de recursos, que en lo mucho que habíamos logrado con los pocos medios disponibles.
CONCLUSIONES:
Tratábamos de controlar la parte emocional, que en estos casos es más peligrosa que la racional. Sin dejarnos llevar por la sensibilidad porque debíamos concentrarnos con lo operativo. Cuando se dan instrucciones sabiendo que pueden costar vidas o evitar rescates posteriores, se siente una combinación de sensaciones que se deben controlar. Primero es la emoción y la euforia de la adrenalina que fluye con muchos deseos y empeño por colaborar. Segundo y al mismo tiempo hay mucha tristeza debido a la adversidad, al darse cuenta que no podíamos hacer lo que queríamos hacer sintiendo física impotencia.
De esta experiencia tanto nosotros como el país, aprendimos lo que debíamos mejorar en el campo militar. Actualmente somos más fuertes. Tenemos más equipo para el combate nocturno, mayor capacidad de reacción y de sorpresa, y estamos mejor preparados. Conocíamos mucha teoría académica pero nunca la habíamos verificación con la realidad. Las doctrinas suele ser muy generales y las simulaciones, por más reales que sean, nunca se aproximan a la verdad. En esas situaciones pudimos ver cómo funcionaron en la vida práctica y en un momento específico.
El caso de las Delicias solo fue un evento intermedio de muchos reveses anteriores y de otros posteriores. Por mencionar solo unos pocos, como los de Girasoles, Patascoy, Puerres, la Hormiga, Orito, El Billar, La Carpa, Dagua, Miraflores, Mitú y demás. Eso no significa que hayamos sido venidos en la guerra sino que las cosas, aun siendo buenas, deben mejorar. Son oportunidades para ganar en lugar de perder.
Aprendimos que se debe tener en cuenta la parte emocional del ser humano para así tomar las decisiones de mayor conveniencia. Y que quienes valoran esos hechos deben ser expertos y conocedores de tales circunstancias. Los mismos hechos que hasta para los profesionales de las armas les resultan difíciles de comprender y analizar. Bastante más para quienes no los han experimentado y solo tienen referencias didácticas y dialécticas. En estos acontecimientos, lo vivencial es siempre lejano a lo ideal. Vivirlos y sentirlos por experiencia propia es diferente a escucharlos y calificarlos, por referencia ajena.
Si los acontecimientos militares han de juzgarse, quienes mejor los pueden referir son aquellos quienes los vivieron y los contaron. Aunque no son los mejores para valorarlos, por ser parte interesada, si son quienes más se aproximan a la verdad.
Por acción u omisión, por exceso o por defecto, con o sin intención, por quitar o agregar, por exagerar o reducir y por interés subjetivo, no son los aptos para sentenciarlos, pero si para esclarecerlos.
La justicia ordinaria es experta en procesar hechos de diversa índole. Sin embargo, los acontecimientos militares, las victorias y las derrotas, son de tal complejidad que requieren especialización en el tema. Ella podrá juzgar por lo que sabe y se le cuenta, más nunca por lo que ha vivido.
Es evidente que carece de la multitud de oportunidades vivenciales, así tenga los intelectuales, para acertar en sus conclusiones. Aunque ilustrada en el campo académico no lo es tanto en la experiencia operacional. De tal forma que no resultan ser tan poco los más aptos para culpar o inculpar.
Es por ello que quienes los juzgan, no sólo debe ser imparciales sino, también, idóneos y especializados en calificar hechos históricos. Esas dos circunstancias anteriores son la razón por la cual las naciones han creado la Justicia Castrense, mal llamada Justicia Penal Militar.
Ella tiene las mayores luces para ver con acierto, ya que muchos sus magistrados están próximos a los campos de batalla, palpan las circunstancias que rodean los acontecimientos y han visto tanto el gozo de las victorias como el dolor de las derrotas en las tropas. Tienen amplia experiencia adquirida durante un largo actuar profesional, ponderando el comportamiento de los hombres en armas o durante prolongadas vidas en estrados judiciales, calificando combates.
Es ella quien puede saber, con mayor acierto, La veracidad o la deformación de la realidad. Estando, pues, en medio de las dos partes, la más interesada y la menos ilustrada, es la alternativa mejor para juzgar la guerra. No será la ideal porque la perfección es una utopía pero siendo la menos mala, resulta ser siempre la mejor.
Es la única forma de cerrar la diferencia entre el ser y el deber ser, o entre lo real y lo ideal. Ya que nos es imposible llevar el mundo terrenal al nivel del celestial, estamos obligados a juzgar dentro de las posibilidades más perfectas que nuestra mente nos pueda dar. Y esa perfección es la que nos ofrece una potente Justicia Castrense, con doctrinas y dogmas, amplia y claramente establecidos.
El sacrifico de las tropas, en la batalla de las Delicias, fue una valiosa lección de entrega, sacrifico y lealtad patriótica, que nos condujo a reflexionar sobre la guerra que hemos librado por tantos años. De tal forma que la sangre de sus soldados fertilizó las doctrinas militares futuras, donde han germinado en los éxitos que en el presente estamos cosechando. Su sacrifico no fue inútil ni estéril. Es fecundo y por ello, en lugar de condenas y descalificaciones, merecen nuestros honores y recompensas.
Acostumbramos pensar que lo militar es la causa cuando realmente es el efecto. Quien más anhela no tener que combatir es el soldado, ya que es quien más sufre los dolores de la guerra. En las democracias, el soldado, está supeditado a las circunstancias sociales y a los designios políticos. El militar es consciente que le obliga corregir con dolor, en los arrasados campos de la guerra, lo que sus líderes civiles no han sabido construir con amor, en los fértiles campos de la paz.
Por ello merece especial consideración, como el de un fuero en Justicia Castrense, que lo juzgue con acierto. Donde la primera intención no sea la de presumir la culpa sino la inocencia, como ordena el máximo mandato, la Constitución.
No hagamos inculpaciones para condenar sino conclusiones para mejorar. La mejor justicia es la que corrige en lugar de degradar. No la vengadora sino la reparadora.
Coronel Iván Darío González U.
ANEXO:
TESTIMONIO DE UN RESCATE DE COMBATE.
Para el año de 1996 las Fuerzas Armadas habían sufrido varios descalabros de combate en el sur occidente de Colombia. De infortunado recuerdo, ente otros, se tienen los de la Hormiga. Puerres, Orito, Patascoy y Las Delicias.
El 30 de agosto de 1996, 415 terroristas del bloque sur de las Farc arrasaron por sorpresa la base militar de Las Delicias. Al cabo de un desigual combate, murieron 31 militares, 60 fueron secuestrados y 15 quedaron heridos de gravedad. Este es el testimonio vivido y narrado por el mayor Ricardo Torres, copiloto del primer helicóptero militar que aterrizó en el lugar de los hechos, con la colaboración del Coronel Iván González, comandante del Grupo Aéreo del Sur, en Tres Esquinas, Caquetá.
Eran las cuatro y media de la tarde cuando despegamos del Batallón Joaquín Paris en San José del Guaviare con rumbo a la población de Las Delicias en el departamento del Putumayo. Volamos en un Black Hawk de la Fuerza Aérea Colombiana. Yo era el copiloto de una tripulación de 4 personas que recibimos la orden de evacuar soldados heridos en combate.
Sobrevolamos durante dos horas y media sobre selva espesa, infinita y profunda. A la mitad del camino, nuestra cabina, que hasta ese momento vivió un ambiente fraternal y tranquilo, se fue quedando en silencio y se llenó de inquietantes secretos. La noche cayó sobre nosotros trayendo consigo un paisaje siniestro, tenso y enigmático, como preludio de acontecimientos fatídicos. Debajo, la jungla era cada vez era más primitiva e intrigante.
Después de recorrer 450 kilómetros llamamos repetidas veces: Ejercito, Ejército, de rotor... Ejército, Ejercito, de rotor... A la espera de una respuesta, imaginaba aquellos hombres tratando de sintonizar los radios cuando sintieran el rumor de nuestra nave. Lo único que escuchábamos era la lluvia de la estática atmosférica. El sistema de navegación marcó las coordenadas del pueblo justo debajo de nosotros, pero no podíamos verlo. Todo estaba oscuro. Hicimos varios giros, hasta que este surgió debajo de una bruma densa, “Creo que es ahí!”, dijo el Capitán“. Miré y apareció un caserío desolado y destruido por la barbarie. Construcciones incendiadas, escombros, postes y cuerdas, formaban desordenada telaraña junto a pequeñas embarcaciones hundidas a la orilla del río.
Buscábamos un soldado, un campesino o alguna luz, pero nada apareció. Pensamos seguir hacia la base militar más cercana, ubicada a 60 kilómetros sobre el río Orteguaza, pero no teníamos suficiente combustible en el depósito que alimentaba los motores. Era indispensable aterrizar en aquel pueblo fantasma donde los terroristas nos debían esperar o de lo contrario caeríamos en la selva. Pensamos en una emboscada preparada. Era inevitable entrar repeliendo posible fuego enemigo. Nuestra situación era crítica. En ese instante todas las posibilidades pasaron por la mente, desde la idea de arborizar, caer sobre algún cultivo ilegal o entrar en combate frontal.
Todas las alternativas eran peligrosas, pero el deber era llegar luchando contra el enemigo o contra el riesgo de un accidente para rescatar a los heroicos heridos. Descendimos a poca altura donde identificamos lo que parecían ser personas acostadas en el suelo y bultos en movimiento. Pensé que los habíamos sorprendido, aunque era raro que no se ocultaran. Eran soldados caídos y el movimiento era de cerdos salvajes husmeando en medio de los caídos. El comandante de la aeronave tomó las precauciones necesarias y ordenó alistar las ametralladoras.
De inmediato, pusimos máxima disposición de combate, se posicionaron los escudos protectores de cabina y se desaseguraron las armas. Los pilotos con las manos sobre los controles de vuelo, los artilleros ajustaron los chalecos blindados y empuñaron las ametralladoras con el índice en el disparador. Todos con los ojos buscando en lo profundo. Estábamos alertas, callados, con la adrenalina calcinando el miedo, el sudor escurriendo por el cuello y los corazones palpitando aceleradamente.
Muy bajos, las ráfagas de los rotores avivaban las cenizas, apartaban los árboles agitando sus ramas, levantando hojas y polvo en diabólicos remolinos. El peligro era latente pero seguíamos vivos, ni un disparo ni explosiones ni gritos, nada. En vuelo lento, casi tocando el piso, el helicóptero se deslizaba, cual ángel de la noche explorando entre las ruinas de una antigua civilización extinta. Creí estar en un lejano asteroide en búsqueda de una patrulla perdida durante una fallida exploración espacial. Con las lámparas alumbramos las construcciones incendiadas, los rincones y las destruidas torres de los valientes vigías.
La pegajosa humedad, con fétido y penetrante olor sepulcral, entró por las puertas de los artilleros. Era el vaho de los cadáveres que convertían el aire en irrespirable y nauseabundo gas. Nos invadió la desolación y el espectro de la muerte. En la plaza de armas, llena de cráteres por el intenso bombardeo, antes cancha para deportes, yacían 18 cuerpos: 5 incinerados junto a las trincheras, 8 caídos dentro de las ruinas y 5 ahogados en la orilla del río. Las víctimas de un cruento final.
El fuerte e inevitable viento de la máquina, agitaba a los heroicos patriotas inmolados pero no vencidos, inermes, cubiertos con los harapos del destruido equipo militar. Algunos, con los ojos abiertos en sus pálidos rostros, mostraban el último gesto de valor. Nos aproximábamos al tiempo que nos empeñábamos en detectar cualquier señal de peligro.
De repente, notamos destellos de luz titilando con ligeros movimientos en la oscuridad. De inmediato detuvimos el vuelo pensando en el ataque frontal. Giraron las ametralladoras, quietud, máxima alerta y tensión con los nervios a punto de reventar. Solo el silbido de las turbinas y el golpe seco del rotor, pero no se escuchaban disparos.
Como sombras surgiendo de tumbas, comenzaron a aproximarse siluetas arrastrando los pies y levantando los brazos en actitud de suplicantes zombis. Caminaban tambaleantes implorando ayuda. Cuando el potente chorro de luz del reflector del helicóptero los cubrió, de repente, aparecieron sus fantasmales figuras. Encontramos lo que habíamos venido a buscar desde el lejano Guaviare, de donde habíamos partido esa tarde, a muchas millas de distancia de la amazónica selva al oriente del país, sin saber lo que nos esperaba. Eran los sobrevivientes de la arrasada Base Militar de Las Delicias, sobre el río Caquetá. Parecían seres del otro mundo que solo el brillo de sus ojos lo negaba, porque el resto era igual: lodo, sangre, sudor y lágrimas.
Aterrizamos casi a las siete de la noche entre lo que había sido su albergue. Caminé hacia ellos y me sorprendió un Teniente médico de la Armada acompañado de un enfermero y 22 heridos. Había llegado antes que nosotros, subiendo por el río, desde la Base Naval destacada en la frontera con el Perú. Algunos, en estado grave, tenían no menos de 4 y 5 impactos de bala en distintas partes del cuerpo; otros intentaban caminar aunque solo conseguían arrastrarse.
Debíamos partir pronto, el enemigo podía estar acechando cerca. Unos acostados y otros sentados, pero al final no cabían todos en el helicóptero. Prioridad, se abordaron los más graves. Ningún soldado deseaba quedarse a la espera de otro vuelo y confundían al oficial con sus gritos de angustia. Era una situación inevitable así fuese dolorosa. Los menos afectados para después.
Mientras tanto, mi Capitán al mando del helicóptero, había abastecido la nave con los últimos 50 galones del combustible de reserva, que habíamos previsto llevar en un bidón auxiliar. Aceleramos los motores y despegamos mientras yo miraba por la ventanilla a quienes se quedaban por falta de cupo. En sus ojos se veía la angustia de tener que soportar el miedo de permanecer por más tiempo en el sitio. Volamos hacia la base aérea de Tres Esquinas.
En la cabina había un ambiente nauseabundo que emanaba de las heridas descompuestas que se mezclaba con el acre olor de la sangre y el sulfuroso humo de las armas que impregnaba sus cuerpos, empapados con el sudor del calor tropical. Además de los lamentos y el negro abrazo de la oscuridad de un infinito espacio selvático. Era como estar en el infierno. Al instante perdimos de vista la diferencia entre el cielo y la tierra. Era el panorama de un mundo sin horizontes.
Treinta minutos después llamamos: Torre Tres Esquinas, Tres Esquinas; helicóptero FAC 4122… FAC 4122. Contestaron: Siga FAC 4122, Control Tres Esquinas”. Informé la hora de llegada y el número de heridos. Encontramos el punto de aterrizaje en la oscuridad, señalizado solo con los precarios medios de iluminación disponible en el lugar. Mecheros, luces de los pocos vehículos y linternas hacían de señalaros en el lugar de aterrizaje. Adicionalmente habían puesto en operación todos los medios de generación eléctrica disponibles para ayudarnos. Habían prendido el alumbrado público, las dependencias y viviendas, para que en algo sirvieran de orientación a las aeronaves. Se pretendía crear una mancha de luz en medio de la infinita selva.
Tres Esquinas era una base aérea enclavada en medio de la jungla con el fin de hacer presencia nacional y desarrollo fronterizo. Misión asignada desde el ya olvidado conflicto con el Perú y por ello sin dotación especifica como unidad de combate y poder aéreo. Aterrizamos y pronto, aparecieron las destellantes luces de las ambulancias mezcladas con las voces de los médicos y las enfermeras.
Sin embargo, no era el fin de tan dramático rescate. Faltaba trasladar a los heridos a un centro de salud con mejores servicios. Transcurrieron 20 minutos cuando, desde lo profundo del negro cielo, se escuchó el distintivo rumor de un avión Hércules ambulancia que se aproximaba. No lo veíamos ni entendíamos cómo conseguiría aterrizar, más si lo sentimos sobre nosotros trayendo una esperanza de salvación.
De repente y cuando más próximo se sentía, la potente luz de una bengala abrió un gran hueco en lo alto de la ignota bóveda celeste e iluminó el espacio. El avión apareció suspendido en el aire, en medio de un resplandeciente círculo, cual musculoso y alado dios griego que acude a cuidar de sus guerreros. Su silueta, en forma de cruz, giró majestuosa para aterrizar contrastando con el negro fondo del cielo. Cuando tocó la pista, dejó en claro su llegada con un potente chillido de ruedas, frenos y una nube de humo de caucho quemado. Los motores rugiendo a máxima potencia para contener la veloz y pesada mole salvadora. Sus hélices brillaron en cuatro grandes círculos reflejando los últimos destellos de la bengala. Todos nos unimos a la celebración con gritos de espontáneo júbilo. Lo había logrado y los sobrevivientes se salvarían.
Rápidamente embarcamos a los soldados y, a la media noche, despegó desapareciendo nuevamente en el oscuro velo. Exhaustos y complacidos respiramos profundo por la satisfacción de una nueva misión cumplida con aquel fatídico rescate. Nuestro mejor premio fue el saber que estos hombres pronto llegarían a un mejor lugar donde curarían sus heridas debidas a su invaluable valor y entrega a la patria.
Las condiciones meteorológicas empeoraron con nubes bajas, espesa neblina y algo de llovizna, que no permitían oro vuelo seguro. De por si esa operación había sido muy peligrosa ya que el helicóptero ni la tripulación no estaban equipados para operación nocturna. Los que quedaron fueron rescatados al otro día cuando las condiciones fueron favorables.
Después de estos hechos las cosas comenzaron a cambiar significativamente para las Fuerzas Armadas en su lucha contra los inhumanos y violentos.
Mayor Ricardo Torres. Coronel Iván González. Oficiales FAC.
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